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Mi hijo tartamudea, ¿qué debo hacer?

Inés Rubio Vega

Inés Rubio Vega

En muchas ocasiones observamos que niños de temprana edad que han tenido un inicio adecuado del habla y del lenguaje, de repente comienzan a bloquearse o a tartamudear cuando antes no presentaban ningún síntoma previo. Algunas veces sí existe o podemos detectar algún factor causante, como el nacimiento de un hermano pequeño, la necesidad de competir socialmente con niños del entorno, etc. Pero en otras situaciones no hay causas que realmente puedan explicar estas alteraciones en la fluidez del habla.

En cualquiera de los casos no debemos preocuparnos, sobre todo, si no existen antecedentes familiares. Suele ocurrir que existe una especie de descompensación entre la necesidad que tiene el niño para comunicar y las habilidades reales para expresar rápida y concisamente lo que quiere decir. A veces son las pocas destrezas articulatorias las que impiden la precisión de la articulación y así la fluidez en la comunicación y en otras los bloqueos del propio niño al ser consciente de que no tiene suficiente rapidez para realizar el intercambio comunicativo, perdiendo así el turno de habla.

Los contextos en los que se produce la tartamudez evolutiva o disfemia son importantes para realizar una buena intervención ya que ésta casi siempre tendrá un mayor éxito si se da sobre el ambiente, sobre el entorno en el que se mueve el niño y no tanto sobre las dificultades articulatorias o de fluidez del pequeño.

La duración de estos episodios puede ser muy variable pero lo normal es que igual que aparecen, desaparezcan en el tiempo (unas veces son muy esporádicos  y otras pueden durar algo más, incluso meses). Si la duración del proceso se estima demasiado larga convendrá que el caso sea estudiado por un especialista. En principio, los profesores que estén a diario con los niños son los que más información pueden aportar sobre la evolución del habla (en qué momentos del día o de la semana se hacen más presentes,, si  ocurre cuando el niño está más cansado o cuando está con un grupo concreto de niños, etc.). La familia también será de gran ayuda para detectar estilos de comunicación más alterados.

¿Qué no debemos hacer?

En primer lugar, no transmitirles nuestra propia ansiedad. Lo  que nos interesa es que el niño comunique, no cómo lo haga. Por tanto no deberemos incidir sobre su manera de hablar, sobre el tiempo que invierten en hacerlo. No hay que corregir sus producciones sino hacerles ver que estamos entendiendo lo que nos quieren decir. Hay que dar pautas también e la familia extensa (abuelos, etc.). No hay que reñirles y decirles que hablan mal y, ante todo, hay que evitar que otros niños (hermanos, compañeros de clase…) se rían de su forma de hablar.

¿Qué podemos hacer los adultos?

Lo más aconsejable es actuar de mediadores cuando están con otros niños; darles tiempo suficiente para hablar, controlar los turnos de habla para que no se queden siempre los últimos sin poder seguir el ritmo de los demás. Valorar el contenido de sus intervenciones y hacérselo ver a los demás. Intentar que nada referido al habla repercuta en su autoestima. No les corregiremos y tampoco les interrumpiremos en la medida de lo posible.

A nivel más técnico se pueden realizar pequeñas estrategias facilitadoras de la coordinación fonorrespiratoria, de patrones adecuados de respiración y actividades de relajación pero en un primer momento intentaremos siempre no incidir tanto en el habla del niño sino en la creación de ambientes confortables para que el intercambio comunicativo sea efectivo y positivo en los niños con dificultades de fluidez del habla.

Si la edad de inicio de la tartamudez es más tardía se aconsejará acudir siempre a un profesional ya que este tipo de habla puede estar más relacionado con niveles de ansiedad elevados como respuesta a factores causales externos.

 

Autora: Inés Rubio Vega. Psicóloga especialista en lenguaje, logopeda y maestra en audición y lenguaje. Titular del centro Diagnóstico y Atención temprana.

 

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