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Siento enfado. Y ahora, ¿qué?

Carmen María León Lopa

Carmen María León Lopa

Despedimos el año profundizando un poquito más sobre algo que nos desestabiliza tanto como es el enfado. Comencemos estableciendo la diferencia entre sus dos tipos.

  • El enfado funcional: Me da información sobre mi necesidad y se relaciona, a su vez, con los obstáculos que impiden su satisfacción y la frustración que esto me provoca. Me pone en movimiento para conseguir lo que quiero.
  • El enfado disfuncional: Es aquel que no cumple ninguna función adaptativa, pero sí nos genera desequilibrio y sufrimiento (que no dolor, son diferentes) y nos hace caer en la manipulación, la victimización, el control, el juicio, las acusaciones, el rencor… Por resumir, en escurrir el bulto de mi responsabilidad y, por ende, en el conflicto conmigo y con quien tengo enfrente.

Para saber qué hacer con el enfado, en primer lugar es importante diferenciar cuál de los dos estoy sintiendo. A veces y dependiendo del nivel de autoconocimiento –o de autoengaño- de cada persona, esto puede llegar a resultar complicado e incluso son necesarios años de terapia en los casos más extremos de trastornos de comportamiento provocados por la falta de control de la ira. Para empezar a tomar contacto con esto:

  • Trata de conectar con tus necesidades reales.
  • Asume tu responsabilidad en dares satisfacción.
  • Ten muy claro que las demás personas no están en este mundo para satisfacer tus deseos.
  • No pierdas de vista que tú tienes el derecho de pedir y el otro de dar o no dar.
  • Desarrolla el autoapoyo, la honestidad y la claridad al pedir apoyo a los demás.
  • Evita las manipulaciones, juicios, acusaciones, exigencias, etc.
  • Flexibiliza tu pensamiento, revisa tus creencias y respeta. Las cosas no son como son. Son como cada uno percibe, cree, interpreta, siente… que son.

Antes de continuar, advertimos que, como siempre, nuestras recomendaciones van de dentro hacia fuera. Es decir, no vamos a darte recursos para enseñar a tus hijos a gestionar su enfado. Vamos a proporcionarte claves para que tú aprendas a traspasar el tuyo y así puedas servir de modelo a aquellos que están a tu alrededor, tengan la edad que tengan. Dicho esto, seguimos.

  • Es fundamental darse permiso para estar enfadado. Es decir, hacer de esta emoción algo lícito y necesario, lo cual no quiere decir exagerado, dramático, aterrador o violento. Hay personas que no se permiten estar enfadadas porque es probable que hayan recibido una educación familiar en la que esto era motivo de castigo y retirada de amor, por lo que aprendieron a desconectarse de esta emoción, a negar su existencia y a reprimir su rabia.

Clave 1: Comprender la funcionalidad del enfado nos ayuda a darnos este permiso y a saber que es una emoción importante y adaptativa para la vida.

Clave 2: Mensajes como: “No te enfades” o “No tienes derecho a enfadarte conmigo, con lo que yo te quiero y después de todo lo que hago por ti”, deslegitiman el enfado y nos llevan a instaurarnos en la creencia errónea de que no debemos sentir esta emoción. Es más recomendable sustituirlos por otros que nos reconduzcan a ponernos en contacto con lo que nos está ocurriendo. Por ejemplo, preguntarle al niño: “¿Cómo te sientes en este momento?”. De esta forma, no estamos prohibiendo nada y sí ayudándolo a tomar contacto con sus estados emocionales en cada momento.

  • Tomar consciencia de que estoy enfadado. Esto parece fácil y obvio. Lo es, pero con frecuencia no estamos entrenados para ello, ya que crecemos cada vez más desconectados de nuestras sensaciones corporales. Hay personas que se muestran visiblemente enfadadas –incluso que están siempre irritadas- y sin embargo, niegan estarlo. No es que se engañen o que quieran engañarnos, es simplemente, que no son capaces de conectar con sus sensaciones, de reconocerlas y de ponerles nombre. Es decir, no saben muy bien lo que sienten ni cómo se llama. A pesar de la variabilidad individual –cada uno experimentamos las emociones de maneras diferentes-, hay indicadores que suelen corresponderse con la emoción que nos ocupa: mandíbulas apretadas, ceño fruncido, enrojecimiento del rostro, intenso calor en el estómago, taquicardia, respiración acelerada, y, en general, una fuerte tensión corporal.

Clave 1: La próxima vez que te sientas en un momento de desasosiego, estate atento a las sensaciones de tu cuerpo. A medida que estés más entrenado en la escucha corporal, te será más fácil identificar los diferentes estados emocionales así como sus distintos matices e intensidades.

Clave 2: Un recurso muy eficaz para manejar la intensidad, a menudo incómoda, de las sensaciones corporales que provoca el enfado, es realizar un ejercicio físico que nos ayude a liberar nuestro cuerpo. No es necesario que nos vayamos al gimnasio a hacer una sesión de boxeo, que también es muy interesante, pero igual no tenemos ni tiempo ni dinero ni ganas. Basta con que nos impliquemos en alguna actividad que nos permita sacar esa energía de nuestro interior. Golpear un cojín, destrozar una revista vieja, saltar, correr, bailar o cantar con intensidad, gritar en un espacio natural en el que no molestemos a nadie… son prácticas que nos ayudan a recuperar cierta calma y que a los más pequeños de la casa pueden resultarles muy útiles y divertidas.

  • Detenernos y respirar. Este mecanismo tan natural y poderoso oxigenará nuestro cuerpo, lo aflojará y nos permitirá sentir un mayor bienestar físico. Nos despejará la mente y nos favorecerá el contacto con nuestra necesidad y con nuestro sentir. Nos devolverá a nuestro ser resposablesde nosotros y de nuestra vida y a pensar con más claridad sobre cómo resolver el conflicto que nos ocupa. De esta forma tan sencilla, estaremos desarrollando nuestro autocontrol.

Clave 1: Cuando hayas identificado que estás enfadado, respira profundamente llevando el aire a tu abdomen y tratando de que tu cuerpo y tu mente se aflojen y se relajen. Puedes apartarte e irte a algún lugar en el que estés solo si lo ves necesario. Esto evitará que la situación se te vaya de las manos y que entres –o permanezcas- en un contexto de conflicto y no entendimiento que no lleva a ningún sitio nada más que a los reproches, a las exigencias, al sufrimiento y al deterioro de la relación.

Clave 2: Ejemplos como la técnica del semáforo o la técnica de la tortuga suelen dar buenos resultados para que los niños comprendan más claramente este proceso. Si deseas más informacion, hay numerosas páginas en Internet que describen los diferentes pasos que las integran y cómo llevarlas a cabo.

  • Si necesitas la intervención del otro, expón tu necesidad de manera clara y directa, sin caer en los juegos de adivinanzas, en las exigencias o en los reproches. Ya que hemos atinado con lo que necesitamos, mejor pedirlo con claridad y dejar las adivinanzas para Edward Nygma, que para eso es un personaje de cómic y no un ser de carne y hueso.

Clave 1: Recuerda siempre que tú tienes el derecho de pedir todo lo que quieras y que el otro tiene el derecho de atender tu petición o de rechazarla. Tener esto integrado nos va a evitar tener expectativas erróneas y nos va a facilitar aceptar el rechazo y los noes que tan a menudo nos incomodan o que con tan escasa frecuencia nos atrevemos a pronunciar.

Todo es más fácil y más natural de lo que pueda parecernos. Tal vez al leer estas claves podamos tener la sensación de que todo es muy frío y de que perdemos la emocionalidad que acompaña al enfado. No es así, pero sí es cierto que esta nueva propuesta de vivenciar el enfado requiere un esfuerzo y un entrenamiento consciente por nuestra parte.

¿Qué dices? ¿Te atreves a despedir el año 2018 experimentando la gestión de tu enfado de una manera diferente, a ver qué pasa?

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