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Un mundo tras el arcoíris [CUENTO]

Miss Eli

Miss Eli

Tras la lectura de este cuento, pedid a los/as niños/as que inventen nuevos personajes, quizás mezclando características de unos y otros y añadiendo otras nuevas. Dibujad los personajes y cread historias con ellos, dejando fluir la imaginación.

Cuento «Un mundo tras el arcoíris», de Miss Eli

Como en otras ocasiones, Dani se encontraba en la playa con su hermano pequeño y sus padres, capturando medusas con su red y apilándolas en un cubo. Después las contaban, observaban detenidamente sus movimientos ondulantes y las volvían a dejar en libertad. Es una actividad que le gustaba a toda la familia, incluso al peque, que le enfundaban unas resistentes botas de agua para que no le picase ninguna, ya que no tenía los reflejos de su hermano mayor.

Dani se alejó un poco, dirigiéndose hacia las rocas. Le había parecido distinguir algo corretear, un cangrejo no era, de eso estaba seguro. Cuando se encontraba más cerca, volvió a ver a un ser apresurarse para esconderse entre los riscos, ahora sí que lo tenía claro, parecía una personita pequeña, pero un individuo tan diminuto era imposible. Dani corrió tras él, el sujeto saltaba y se escabullía entre tantas piedras hasta que, de pronto, tropezó, cayó y a Dani le dio tiempo de cazarlo con su red para medusas que, por suerte, aún llevaba consigo.

―¡Déjame ir! ¡Libérame! ¿Qué te hice yo para que me atrapases?

Dani, tan sorprendido como asustado, no soltó la red ni por un instante. Aquel ser que no levantaba un palmo del suelo le hablaba como una persona y, además, en su idioma. Intentó calmarlo, diciéndole:

―¡No temas! ¡No quiero hacerte daño! Solo deseo conocerte. ¡Eres tan extraño! Si te libero, prométeme que no te escaparás. Mira que soy muy rápido con la red y te atraparía de nuevo.

―Te aseguro que no me iré ―prometió el ser diminuto―, suéltame y te lo explicaré.

Muy lentamente, Dani levantó la red. Este individuo parecía un duendecillo, pero no vestía de verde, como los que él conocía de los cuentos, sino de pirata. No tenía parche ni garfio, pero sí una simpática camisa a rayas y un indiscutible sombrero de pirata, con un duende dibujado. El duende se incorporó y comenzó a hablar:

―Me llamo Ignomín. Como puedes ver soy un duende pirata. Ya sé que los humanos no sabéis mucho de nosotros. Nuestro primos, los duendes del bosque, siempre se relacionaron más con las personas, pero nosotros, los duendes del mar, somos más independientes, nos gusta surcar las aguas sin mezclarnos con vuestro mundo.

Dani se quedó boquiabierto, no sabía cómo reaccionar ni qué decir. De pronto, le surgió una pregunta.

―¿Y tu barco? Si eres un pirata, tendrás uno para surcar los mares, como tú has dicho.

―Ahí está mi problema ―respondió Ignomín―, se ha quedado atrapado al otro lado del arcoíris y, como hace tanto que no llueve, no puedo llegar a él.

―¿Un barco tras del arcoíris? Siempre creí que lo que tenían los duendes al final era una olla de oro, no un barco.

―¡Ves, ya me estás confundiendo de nuevo con mis primos, los duendes del bosque! ―exclamó malhumorado―. Nosotros, los duendes piratas, tenemos un barco lleno de tesoros, con el que navegamos en un mar que se encuentra al otro lado del arcoíris, con muchos seres fantásticos que se han mudado allí, ya que los humanos han dejado de creer y relacionarse con ellos.

―¡Tengo una idea! ―declaró Dani―. Mañana temprano, mi familia y yo iremos al norte a ver a los abuelos. Esta mañana mi madre telefoneó a mi abuela y le dijo que llovía y que no pararía en unos días. Seguramente después saldrá el arcoíris. Si te escondes en mi mochila, te llevaré con nosotros y te ayudaré a buscar ese arcoíris que te conduzca a tu barco del tesoro.

―Dicho y hecho, Ignomín, con una sonrisa de oreja a oreja, saltó a la mochila de Dani y se quedó allí quieto, para que nadie lo viese.
Pasó la noche dentro del cajón de la mesita de noche, en una cama improvisada con un colchón fabricado con calcetines limpios. Esa noche, ninguno de los dos pudo dormir muy bien del todo, soñando el uno con volver a su barco y el otro con descubrir un mundo fantástico y lleno de magia.

Al día siguiente, tras varias horas de viaje, llegaron al destino. Como la abuela informó, llovía sin parar.

―Abuela, ¿sabes cuándo dejará de llover? ―preguntó Dani, esperando la recompensa del cielo tras la lluvia.

―Mañana, lo vi hoy en las noticias locales y nunca fallan ―confirmó la dulce abuela con una sonrisa llena de paz y dulzura.

Esta noche ambos durmieron nuevamente mal, a ratos se despertaban y miraban por la ventana, esperando los primeros rayos de sol. Después del largo viaje y la prolongada espera, no querían perderse el arcoíris. Al amanecer aún continuaba nublado, así que Dani desayunó con la cara un poco triste y le llevó algo a Igmonín, que se llenaba con un tapón de leche y una migaja de pan blanco impregnada de miel. Justo al dar el último bocado, un rayito de sol entró por la ventana, el duendecillo saltó de nuevo a la mochila de Dani y le propuso salir a buscar el arcoíris anhelado. Sin pensarlo dos veces, se adentraron en el jardín y comenzaron a mirar el cielo. Poco a poco, un suave y casi transparente arcoíris comenzaba a dibujarse, hasta manifestarse cada vez más intenso y lleno de color.

―¡Ahí está! ―vociferó Dani emocionado―.¡Vamos a por él!

Así que se pusieron en marcha. Ignomín llevaba unos polvos mágicos que, una vez divisado el arcoíris, hacían que fueses flotando hacia él.

―Si tenías esos polvos mágicos, ¿Cómo no los has usado antes? ―preguntó extrañado Dani.

―Solo funcionan cuando aparece el arcoíris, una vez encontrado, es fácil llegar a él gracias a la magia de este polvo.

En unos segundos, Dani e Ignomín se encontraban a pie del arcoíris. El duendecillo cogió de la mano al niño y ambos comenzaron a elevarse, sintiendo un viento refrescante en la cara. A Dani le brillaban los ojos, todo era increíblemente fantástico. Cuando estaban llegando al final, pudo percibir un mar al fondo, con un barquito de madera rojiza y velas amarillentas esperándolos anclado.

―¡Por fin en casaaaa! ―gritaba el locuelo duende recorriendo por la cubierta, de proa a popa y viceversa―. Tienes que volver antes de que desaparezca el arcoíris, de lo contrario, te quedarás aquí atrapado como yo lo hice en tu tierra, aunque antes de irte me gustaría que saludases a algunos seres de este mundo.

El arcoíris aún lucía brillante, así que Dani pensó que tendría tiempo para explorar ese mundo mágico al que quizás nunca más volvería. Merecía la pena arriesgarse un poco. Ignomín izó el ancla y comenzaron a surcar ese mar mágico. Las aguas eran de un azul celeste brillante y el cielo luminoso y radiante. Dani estaba maravillado contemplando todo lo que le rodeaba cuando escuchó un canto delicado, cada vez más cercano.

―¡Mira! ―señaló el duende al mar―. ¿Las ves? Son sirenas, se vinieron a este mundo cuando los humanos dejasteis de creer en ellas o las tomasteis como malvadas que atacaban a los marineros. Ellas nunca hicieron ningún mal a nadie, siempre quisieron ayudar, pero alguna gente envidiosa comenzó a inventar falsas leyendas contra ellas y tuvieron que refugiarse aquí, puesto que empezaron a perseguirlas.

Una sirena se acercó al chico y le regaló una flor singular, una que no tenemos en la tierra, con grandes pétalos de colores diferentes que ondeaban con la brisa marina. Los ojos de la sirena eran azules como el mar y su pelo rojo como el fuego, con mechas doradas por el sol, con bonitos labios rosados y nariz pequeñita y respingona. Admirando la belleza y las delicadas facciones de la sirena estaba cuando escuchó a lo lejos que Ignomín le gritaba:

―¡Rápido, Dani! ¡El arcoíris ha comenzado a desaparecer, es cada vez más transparente!

―¡Gracias sirena mágica, espero volver un día y conoceros un poco más!

Ignomín lanzó a Dani por el arcoíris, con ayuda de sus polvos mágicos y éste comenzó a flotar y a alejarse del mundo mágico de su amigo.

―¡No me olvides Ignomín, espero volver a verte!

―¡Seguro que sí, busca siempre el arcoíris, quizás nos volvamos a encontrar ahí! ―le aseguró el duende a gritos, mientras que el niño desaparecía.

Dani se mareó un poco y perdió el conocimiento. Al despertar, estaba tendido en el jardín de su abuela. Abrió los ojos y pudo vislumbrar cómo el arcoíris era cada vez más transparente, hasta que desapareció.

―Justo a tiempo ―susurró.

―Dani ―le llamó su abuelita―, entra en casa, llevas un buen rato al sol, te vas a quemar.

―¿Cómo? ―pensó nuestro amigo―. ¿Un rato al sol? ¿Un sueño? ¡No, aquello había sido real!

Algo cabizbajo, entró en la casa, pasó el resto del día recordando lo vivido, asegurándose a sí mismo que no lo había soñado, pero dudando, tras la palabras de su abuela y por lo fantásticas e increíbles que habían sido sus vivencias. Antes de acostarse, fue a ducharse y, al quitarse la ropa, notó algo en su bolsillo. Al sacarlo, vio sorprendido la flor que le había regalado la sirena, pero más pequeña y convertida en un anillo de oro. Eso sí, conservaba los colores diferentes y brillantes en sus pétalos. El rostro de Dani se iluminó como un día de verano en la costa de donde procedía. Allí estaba la prueba, todo era real. Ignomín, la sirena delicada y el mundo mágico existían, no le cabía duda. Ya solo deseaba que algún día pudiese volver a encontrarse con ellos.

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